miércoles, 15 de abril de 2009

NUESTRO "OTRO" MUNDO. (IV)



Sorprende que los adultos, incapaces de solucionar sus problemas, recurran a los jóvenes como última esperanza cuando siempre se tiende a acallarlos con ese ingrato "¿Qué sabrás tú?" Es más, ¿es que no pueden procurar un mundo mejor a sus descendientes como tanto se cansan en repetir? ¿Acaso presente y futuro no pueden trabajar juntos?


Sir-Hope


NUESTRO "OTRO" MUNDO

IV. Nunca un grupo de jóvenes escuchó con tanta atención lo que sus mayores les estaban pidiendo. Nunca un colectivo de adolescentes ha tenido que asumir semejante compromiso. Nunca unas personas habían comprendido a tan temprana edad que eran responsables del futuro de sus vidas, de las de su pueblo, de las de su mundo.

Tras unos breves instantes de perplejidad en los que los muchachos se cruzaron sus incrédulas miradas, enseguida comprendieron que debían ponerse ya manos a la obra. De manera sorprendente no tardaron nada en organizarse de acuerdo a un patrón que parecía haberse ensayado una y otra vez. Todos comenzaron a parlamentar entre sí reunidos en torno a pequeños grupos de amigos, o de vecinos, o de familiares. Cada uno de estos grupos se dejaba dirigir tácitamente por aquél de sus miembros en el que más confiaban, ése que escucha siempre a los demás y conseguía ponerlos e acuerdo cuando jugaban, cuando paseaban, cuando participaban en las actividades de sus mayores.

Sin darse cuenta las ideas afloraban, se debatían, se buscaban pros y contras, se pulían y en menos de una jornada, cuando se acercaba la hora de cenar, cada grupo tenía la estrategia que, sin duda, más eficaz resultaría para evitar el negro futuro, casi presente ya, que se les avecinaba.

Se fueron a cenar nerviosos, expectantes. Sabían que todas las miradas estarían fijas en ellos. Sin embargo, para su sorpresa, la cena transcurrió con normalidad: las mismas rutinas, las mismas conversaciones, los mismos brindis,… Los adultos parecían despreocupados. Todo seguía igual a pesar de que el fin estaba, presuntamente, demasiado cerca.

A los pocos días comprenderían que si sus padres, sus abuelos, o cualquiera de los adultos del poblado se hubiera inmiscuído en sus planes, en sus cábalas, el resultado final no hubiera tenido la brillantez de la ingenuidad, de la novedad, de la sorpresa.

Esa noche pocos durmieron sosegadamente. Los adultos expectantes; los jóvenes nerviosos. En las cabezas de estos últimos se ensayaban los guiones de las películas que pronto deberían representar, bullían los actores protagonizando la obra más importante de sus vidas …

A la mañana siguiente el amanecer sorprendió a todo el poblado despierto. Aunque los adultos fingían normalidad, no podían evitar intentar interpretar en silencio cada sonido, cada moviento, cada palabra de sus hijos. Éstos, que buscaban la colaboración de sus progenitores, que necesitaban su complicidad, salieron hacia el respetadísimo montículo donde el Consejo de Ancianos celebraba sus reuniones preocupados por la aparente falta de apoyo de los demás pero convencidos de que iban a ser ellos quienes encontraran la fórmula para evitar el asedio a su pueblo.

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