domingo, 12 de abril de 2009

NUESTRO "OTRO" MUNDO. (I)



La celebración de las jornadas culturales “Otros Mundos” enlaza casi sin descanso con la conmemoración del Día Internacional de la Tierra. Este “otro” mundo merece todos nuestros esfuerzos y el reconocimiento de que contra él la vida no tiene ningún sentido.

Puede ser que sobre esto trate una historia que hace algún tiempo llegó a mis manos. Una historia que supongo real en la que la supervivencia se basaba, también, en la necesidad de cuidar, de mantener este mundo que nos cobija y da la vida. Trasladarla a quien pueda conocerla es una obligación a la que no debo sustraerme en estas jornadas previas al Día Internacional de la Tierra.

Sir-Hope




NUESTRO "OTRO" MUNDO

I. Los habitantes de uno de los múltiples pueblos que moraban en el continente más rico del mundo buscaban a aquél de entre ellos que mejor pudiera representar su forma de ser, sus costumbres y su hospitalidad porque tenían noticias de que gentes venidas de no sabían dónde llegaban para quedarse.

Tenían miedo. Pero no era miedo a perder sus vidas. En verdad, eso no les importaba. “Somos gente de paso”, -pensaban. “Lo verdaderamente importante es colaborar en crear unas relaciones con el mundo físico, con las personas y con los animales que sí perduran.” (Más tarde se enterarían de que en otros lugares, en tierras muy lejanas, llamaron a esto acerbo, lo definieron como cultura.)

No sabían qué hacer. Unos creían que la mejor forma de defenderse era intimidar a los forasteros con la destreza de sus jóvenes y aguerridos cazadores. Sabían camuflarse, identificarse con el bosque, rodear a cualquier presa por muy grande que esta fuera y acabar con ella en la aldea para el provecho de todos en una gran fiesta de comunión conjunta. Porque así comían cada día, celebrando juntos lo que la naturaleza les ofrecía.

Sin embargo, los heraldos, que mantenían las excelentes relaciones entre los distintos pueblos del área, consideraron que no serviría de mucho. Ellos conocían que el pueblo más fiero fue el que más rápidamente sucumbió a las ansias de control de esos furibundos seres. Bastaron unos días de convivencia entre ellos para darse cuenta de que la vida en el poblado se basaba en la seguridad que aportaban sus cazadores. Por ello, la sumisión de sus gentes fue inmediata cuando las armas de los recién llegados proporcionaron con eficacia y rapidez la comida necesaria para saciar a la población.

Pronto cambiaron sus formas de vida, sus costumbres. Cualquiera que dispusiera de un arma tenía acceso a la comida. Las relaciones entre los habitantes dejaron de depender del esfuerzo común. No eran ya necesarias las cacerías comunitarias. No importaba conocer las sendas por donde transitaban los animales. Daba igual mantener y cuidar el medio para que sus presas se alimentaran y reprodujeran. Un disparo lejano acababa sin esfuerzo con ellas. El bosque sólo era ya un estorbo que impedía divisar el alimento.

Poco a poco la fuente de su sustento ancestral fue desapareciendo también. Primero fueron ciertas tradiciones, después las relaciones entre iguales, más tarde cambió su medio físico y finalmente nada hacía recordar que allí, cerca del río, hubo una vez un poblado de aguerridos y valientes cazadores.

1 comentario:

utk dijo...

Envidio a Sir Ope y sus mundos de imaginación, poesía... Es una manera de educar que en ocasiones pone en evidencia tantas cosas sabidas.