viernes, 25 de enero de 2008

Dirigido a padres, madres (aunque no sólo)

Lo malo es cuando nos rendimos al así son las cosas porque así han venido siendo. Y lo peor es que esta actitud es más frecuente de lo que pensamos. Justificamos cualquier cosa en función del así ha sido desde siempre.


¿A qué viene esto? Muy sencillo. Parece que damos por sentado, y cada vez con mayor contundencia, que el fin de la escuela tiene que ver con una especie de carrera (cultura del esfuerzo la llaman) de obstáculos (llamados cursos) que el alumnado tiene que superar para, al final, llegar a... una titulación. Lo diré de manera más simple: ya nadie duda de que aprender y aprobar es lo mismo y, por ello, lo que se les pide a los alumnos y a las alumnas es que aprueben. Los que no, que repitan, los que sí, que pasen de curso, a la casilla siguiente en una especie de gran juego de la oca tiro tiro porque me toca.


Las familias, pero no sólo ellas, suelen preguntarle a sus hijos cosas como: ¿qué nota has sacado en el examen?, ¿cuántas te han caído?, ¿pasas de curso o repites? Muy pocos, seamos realistas-optimistas, son los que, cada día, al llegar el chico o la chica del instituto, le preguntan ¿qué has aprendido?. Me dirás que no importa hacer esta pregunta o las otras, pues si el alumno responde que ha aprobado, que ha sacado 5 o más de 5, que pasa de curso..., es que algo, bastante o mucho ha aprendido.


Aprobar y aprender no son ni de lejos sinónimos, y lo sabemos porque nosotros mismos, como ex-alumnos que somos, lo hemos vivido. ¿Sabemos todo aquello que aprobamos cuando íbamos a la escuela? No, claro, hemos olvidado mucho, pero es que resulta que aprender supone no olvidar porque el que aprende interioriza lo aprendido, le encuentra sentido, lo incluye ya en su bagaje vital. Claro está que hay cosas que se olvidan necesariamente por falta de uso, pero no me refiero sólo a éstas. Aprender y aprobar no es lo mismo. Se puede aprobar sin tener ni idea..., salvo que se suponga un conocimiento, más que una habilidada, la capacidad para hacer chuletas, para copiar...


Los defensores de la cultura del esfuerzo y detractores de cualquier innovación en el campo de qué entender por educación, lo reducen todo a la evaluación y ésta a los exámenes. Concurso de habilidades y azares. ¿Pero qué esfuerzo supone memorizar mecánicamente algo para soltarlo luego en el examen del día siguiente? Algo no marcha en la escuela cuando lo que era un medio (la evaluación) para conocer lo que habían aprendido los alumnos se ha convertido en un fin en sí mismo. Algo no marcha en la educación cuando quienes quieren salvar a esta escuela sólo se les ocurre, aparte de cambiar determinadas asignaturas por otras más afines con sus intereses o los de un grupo de presión uniformado, insistir en multiplicar la idea de que el examen lo es todo.
Y así, cada día, la escuela se aleja más de una realidad en la que el verdadero examen consiste en tener la iniciativa y el deseo de conocer más, de ir un poco más lejos, de saber situarte ante los hechos que nos rodean para que nadie nos tome el pelo. Pero claro, esto sería demasiado peligroso para algunos.
Mi hijo ha sacado tres sobresalientes y cuatro notables. Sabe mucho. Lo único que no entiendo e la razón por la que la nariz le crece curso a curso.

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